ROMA. – Dos Premios Oscar, siete nominaciones, seis Globos de Oro, un Emmy y un León de Oro, son la carta de presentación en la carrera de Jane Fonda, icono del cine estadounidense, moderna encarnación de la diva en la sociedad del star system.
Y sin embargo esta definición siempre le quedó chica a la hija rebelde Henry Fonda, que a punto de cumplir 80 fue rompiendo todas las etiquetas, desde la de «sex symbol» -en los tiempos de «Barbarella», en los años 60- hasta la de pacifista y feminista (en los 70), reina del aerobismo (años 80) y de los papeles no protagonistas entre cine y televisión (desde los 90 hasta ahora).
Nacida el 21 de diciembre de 1937 en Nueva York, del matrimonio entre uno de los grandes actores norteamericanos y Frances Seymour Brokaw, que murió suicida cuando Jane tenía solo 12 años, la diva tiene sangre inglesa, escocesa, francesa e italiana (la familia paterna emigró de Génova al Nuevo Mundo en tiempos de los Padres Peregrinos, y tras pasar por los Países Bajos se estableció en Estados Unidos en la localidad justamente llamada Fonda).
En todo pensó Jane salvo en emular al padre en el arte de la actuación. Creció en los mejores colegios europeos, quiso ser modelo, gozó de la vida hasta que, casi por desafío, aceptó la propuesta de Lee Strasberg, que la admitió en el Actors Studio de Nueva York.
Joshua Logan le ofreció muy pronto, en 1960, un debut como primera actriz junto a Anthony Perkins, en la comedia romántica «Tall Story». La joven tenía entonces 22 años y no pasó inadvertida, aunque rechazara todo trato con los grandes estudios.
Preferirá en cambio medirse con personajes incómodos como la vagabunda de «Walk on the Wild Side», del veterano Edward Dmytryk, o la joven esposa de Robert Redford en «The Chase» (1966) de Arthur Penn con Marlon Brando.
En aquellos cuatro años, sin embargo, coleccionó expertos pigmaliones (George Cukor, George Roy Hill, Robert Stevens) y dos incursiones europeas, llamada por René Clement y Roger Vadim.
El segundo signará la primera parte de su carrera, casándose con ella en 1964, dándole una hija, Vanessa, y dirigiéndola en «La Curée» y «Barbarella», el escándalo sexy de 1968.
Sin embargo el clima de rebelión estudiantil del Mayo Francés alejó a Jane Fonda de su marido, la llevó a rechazar los clichés de muñeca seductora y la impulsó a una carrera signada por el anticonformismo.
En su patria se confirmó como actriz de éxito junto a Robert Redford con «Barefoot in the Park», con Donald Sutherland en «Klute», con Michael Sarrazin en «They Shoot Horses, Don’t They?» de Sydney Pollack; en Francia con Jean-Luc Godard en «Tout va bien» junto a Yves Montand.
Deja su señal sobre todo como icono de una nueva Hollywood capaz de compromiso y apoyo de nuevos talentos, tanto que obtuvo su primera nominación en 1969 por el filme de Pollack y luego la ambicionada estatuilla como Mejor Actriz por «Klute» en 1971.
Volverá a actuar para los grandes de la vieja generación (Joseph Losey en «Casa de muñecas»; George Cukor en «The Blue Bird» y sobre todo Fred Zinnemann en «Julia», junto a Vanessa Redgrave en 1977).
Volverá al Oscar al año siguiente con otro de los «jóvenes leones», Hal Hasby, en «Coming Home». Allí llevó a la pantalla su compromiso pacifista contra la Guerra de Vietnam.
Los años 70 fueron el punto culminante de su carrera de antidiva, gracias a la alianza con realizadores como Alan J. Pakula, James Bridges (que la dirigió en «Síndrome de China») y nuevamente Pollack, que recompuso la mítica pareja con Robert Redford en «The Electric Horseman».
Ambos actores son realmente un símbolo de aquella época entre divismo y empeño, tanto que la Muestra del Cine de Venecia celebró, el pasado septiembre, con un doble León de Oro a la carrera el retorno de ambos en «Nuestras almas de noche», de Ritesh Batra.
En la cumbre de su éxito, en los años 80, Jane Fonda, sin embargo, cambió sorpresivamente su rumbo: actuó por primera vez con su padre en «En la laguna dorada», de Mark Rydell, que sonó como una reconciliación familiar tras años de relaciones difíciles; espació sus compromisos en la pantalla grande; abrazó la televisión llevando al éxito la serie «Nine to five» y luego «The Dollmaker», con la que ganará un Emmy.
También se empeñó en la gimnasia aeróbica, creando un verdadero negocio multimedia.
Diez años después, sorpresivamente, se casó con el millonario Ted Turner y desapareció de Hollywood pese al brillante ascenso de su marido en el mundo de los medios.
Después hubo años de apariciones breves, como en la serie de HBO The Newsroom o en Grace and Frankie, así como películas de diverso impacto como «The Butler» o «Youth» (de Paolo Sorrentino), hasta el reciente «Padres e hijas» de Gabriele Muccino. En el caleidoscopio del recuerdo, Jane Fonda sigue siendo una feliz contradicción viviente.
Fue todo y lo contrario de todo; fue feminista y rostro de la belleza sin edad; ganó premios como actriz comprometida y ofreció papeles en la más pura tradición estadounidense; encarnó las pasiones de la generación hippie y se halló bajo las banderas de un cristianismo arcaico. Pero sobre todo siempre desafió los convencionalismos, tal como sigue haciéndolo ahora como nueva octogenaria cargada de encanto y seducción.
CON INFORMACIÓN DE ANSA
TV&SHOW / Rondero’s Medios
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