Cine

Robert Duvall, actor «naturalista», 60 años de carrera y 90 de vida

LOS ÁNGELES.- Hay actores que encarnan una generación, ROBERT DUVALL es uno de ellos, el que escribió en su rostro los años 70 del cine estadounidense, la era de Nuevo Hollywood. Pero su historia es mucho más variada y merece ser releída en su onomástico 90 porque si hay una voz fuera del coro en América ayer y hoy, es la suya.

La calvicie apareció desde una edad temprana en ROBERT DUVALL, imponente por su físico, hoy trae los años como una de las estatuas talladas en el monte Rushmore. Y no por una mera casualidad: su familia tiene sangre francesa (uno de sus antepasados huyó después de la persecución contra los hugonotes), además de alemana y británica. Por parte de su padre, es descendiente directo del general confederado Robert Edward Lee, a quien el propio Duvall llevó a la pantalla en Dioses y generales (Robert Maxwell, 2003).

Robert Selden Duvall nació en San Diego el 5 de enero de 1931, hijo de un almirante y una actriz amateur. Se entrena en la dura escuela militar en casa, así como una estricta observancia religiosa, pero su pasión por el escenario no lo deja en silencio: hizo su debut en el escenario en 1952 en el Gateway Playhouse, en Long Island, donde encontró a su amigo y mentor Ulu Grosbard como director.

Asistió a las clases de actuación de Sanford Meisner en Nueva York, compartiendo una casa con Dustin Hoffman y Gene Hackman: «¿Qué es un amigo? – él dirá más tarde-. Es el que te presta sus últimos 300 dólares si tienes que ir al hospital».

El nombre de ese amigo es Gene Hackman. En 1953, sin embargo, se alistó en el ejército y a los dos años fue enviado al frente en Corea. De vuelta a casa, Meisner le dio el primer papel importante en el teatro y poco después se estableció en obrass como Bus Stop, The Perfect Crime, A tram called desire, ésta última en la que rivaliza con Marlon Brando.

Experimentó por primera vez la emoción de la cámara en Up There Someone Loves Me (1956) con Paul Newman, pero tendría que esperar seis años para que Hollywood lo ubique como el enfermo mental en The Dark Beyond the Hedge junto a Gregory Peck. Mientras tanto, aparecía como una «estrella invitada» en la televisión: dirá que ésa era su escuela, citando la serie Lonely Dove de finales de los 80 como su interpretación favorita.

En cambio, es el cine que lo convirtió en un personaje memorable a finales de la década de los sesenta cuando su destino cruza a los jóvenes maestros de esa formidable generación: después de The Hunt (1966) de Arthur Penn y Countdown de Robert Altman (1968), apareceCoppola en su debut con I’m Not Coming Home Tonight (1969), George Lucas (The Man Who Escaped from the Future, 1971) al inesperado triunfo de The Godfather (1972), que derivó con la primera de seis nominaciones al Oscar. Ganó en 1984 con Tender Mercies de Bruce Beresford.

Su director-pigmalión ha sido Francis Coppola, quien le da el papel de Tom Hagen, los «concejales» de la familia Corleone en El Padrino junto a Don Vito (Marlon Brando) y su hijo Michael (Al Pacino) en la exitosa secuela de 1974.

El director y el actor volvieron a reunirse en The Conversation y en Apocalypse Now (1979) cuando Duvall usa el uniforme del coronel Kilgore, pronunciando una de las líneas más famosas en la historia del cine: «Me gusta el olor del napalm por la mañana». Pero hay muchos directores de los años 70 que encuentran en esa «cabeza de piedra» a la co-estrella ideal, como Bob Altman con MASH; Sam Peckinpah en Killer Elite, Sidney Lumet en Quinto poder, Monte Hellman en Soy el más grande.

En el 79 alcanzó popularidad con Il Grande Santini, que lo llevó de vuelta a los finalistas de los Oscar y en 1981 ganó la Copa Volpi en Venecia con La Absolución, de su amigo/maestro Ulu Grosbard.

Paradójicamente, después de estos premios y los Oscar de 1984, ROBERT DUVALL se alejó del éxito, cada vez más elegido por la televisión, se apasionó por una nueva carrera como productor, probó suerte dirigiendo 5 veces, obteniendo un gran éxito (y otra nominación al Oscar) con El Apóstol (1997). Le gusta decir de sí mismo: «No me ven como un protagonista, pero nunca me ha apasionado este juego: nunca he estirado los dientes delante o ese tipo de cosas. No quiero cambiarme de cara para conseguir esto. Incluso cuando hice una película ‘grande’, lo único que me importaba era hacer del personaje un hombre de verdad».

DUVALL se considera un actor naturalista, en el molde de Spencer Tracy y, mientras admira la lección del Actor’s Studio, nunca lo ha convertido en una obsesión, prefiriendo la soledad libertaria como un viejo vaquero. Sus elecciones políticas lo confirman: siempre fue un republicano (especialmente raro en Hollywood), recompensado por una cierta familiaridad en la Casa Blanca en la época de los Bushes, padre e hijo, e incluso hizo campaña por John McCain y Sarah Palin a pesar de tener vínculos familiares con Barak Obama.

En 2016, después de apoyar a Donald Trump, dejó a los republicanos llamando al partido «un verdadero desastre». Fiel a su independencia moral, junto con su última esposa, Luciana Pedraza, mucho más joven que él y casado por cuarta ocasión en 2004, se dedica a trabajos sociales para los pobres de Argentina (su país de elección donde se refugia tan pronto como puede) la construcción de escuelas, dispensarios, vivienda social.

«En Buenos Aires – le encanta recordar – hay un pequeño café, La Biela, en el distrito de la Recoleta donde se puede sentarse al atardecer, ver enjambres de personas hasta la noche y disfrutar de su café a las ocho de la mañana. No hay mejor lugar en el mundo.

En este año DUVALL aparecerá en 12 poderosos huérfanos de Ty Roberts, con su amigo Martin Sheen, y en Hustle de Jeremiah Zagar.

A todo esto, ¿habrá otro Oscar o un reconocimiento a DUVALL por 60 de su carrera?

CON INFORMACIÓN DE ANSA

TV&SHOW/ Rondero’s Medios

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