NUEVA YORK.- – ¿Quién fue realmente ROCK HUDSON? ¿Era el Jekyll-Hyde de la era moderna que de día es el galán Apolo según todas las reglas de Hollywood y de noche se convierte en un Adonis encadenado por una Perséfone masculina y arrastrado a los meandros de la lujuria baja, para acabar satisfecho en los sentidos pero destruido por la maldición del SIDA?

¿Y si hubiera sido un hombre más complejo de lo que siempre se ha pensado, necesitado de amor, pero de amor de todo tipo, aunque abrumado por un germen que quizá no habría recogido en la suciedad de ciertos bares sino, digamos, en una jeringuilla de hospital?
Quién fue ROCK HUDSON o Roy Scherer, su nombre real, se cuestiona en dos libros publicados simultáneamente en Estados Unidos llegando a diferentes conclusiones como individuo y actor.
Antes de su deceso, ROCK HUDSON vio a la periodista Sara Davidson en su mansión de Beverly Hills, «The Castle». «Ha llegado el momento de contar toda la verdad. Vamos a escribir mi biografía juntos. Se han escrito demasiadas tonterías sobre mí», le dijo.
Esta biografía, sucintamente titulada ROCK HUDSON: HIS STORY, sale por tanto «autorizada», recogida por su voz.
El libro «no autorizado» es IDOL de Jerry Oppenheimer y Jack Vitek, también periodistas, que afirman haber hablado con cien personas. En la portada del primer libro aparece la imagen de Hudson tal y como era al final de su vida: demacrado, reducido a una sombra de sí mismo.
Ambas versiones presentan al niño nacido en una familia pobre a pocos kilómetros de Chicago, su infancia atormentada, el abandono de su padre, la llegada de su padrastro Fitzgerald, el amor obsesivo y posesivo de su madre, su adolescencia —a pesar de todo— vivida con serenidad, hasta que el mordisco de la ambición se apodera de él y el joven Roy zarpa hacia Hollywood. Allí conoce casi de inmediato a Henry Willson, la eminencia gris de su vida, un agente homosexual que toma posesión de su independencia y, a cambio, lo lanza al cine.
En 1948, con 23 años, se convirtió en ROCK HUDSON a petición de Willson y debutó en el Escuadrón de Cazas. Seis años después, cuando salió Magnificent Obsession, ya era una estrella. Lo fue hasta el final. Celoso de su vida privada hasta el extremo, HUDSON lo tenía todo: éxito, dinero, una corte de amigos, secretarias y sirvientes que convertían su «castillo» en un verdadero palacio.
La publicidad en estudios le dio como socios a mujeres como Piper Laurie, Mamie Van Doren, Marilyn Maxwell e incluso Dorothy Malone. Fue obligado a casarse con Phyllis Gates, y no importa que Gates declarara recientemente que «Rock Hudson odiaba a las mujeres»: la puesta en escena de la película de su vida, quizás su mejor interpretación, fue perfecta.
Los más cercanos, por supuesto, conocían su homosexualidad. Tom Clark, el hombre que le amó hasta el final, habitaba su mundo privado como ningún otro; y aunque al final Hudson se deshizo de él para que se sintiera joven de nuevo en los brazos de Marc Christian, Clark volvió a su lado en cuanto supo de la enfermedad fatal. Fue él quien esparció sus cenizas en el Pacífico, según su voluntad.
Dicho esto, aún no se ha dicho nada sobre el verdadero Rock Hudson. En el rápido declive, que comenzó una semana después del 15 de mayo de 1984, dio la vuelta al guion y presenta lo que ahora se llama «la esfinge». Ese día Hudson fue invitado a la Casa Blanca. Siete días después, Nancy y Ronald Reagan le enviaron una foto de los tres, con una dedicatoria.
Mark Miller miró la foto, luego el cuello de su amigo-dueño y le dijo: «Tienes un salpullido en el cuello que no me gusta. Lo has tenido desde hace mucho tiempo. En las fotografías se puede ver demasiado. ¿Por qué no ves a un médico y te lo sacan?». El 24 de mayo, el médico, con los resultados de la biopsia en mano, le llamó y le dio el terrible anuncio sobre el SIDA. El resto se sabe: diecisiete largos meses de agonía.
Sara Davidson no duda en mostrarle cuando era pomposo, fanfarrón e incluso desagradable. Pero nota, casi asombrada, cuánto le querían. Le gustaba reír, hacer reír a la gente, divertirse. Pero «era un maestro de la ilusión, capaz de engañar y exaltarse a sí mismo». George Nader dice: «Había muchos Rock Hudson: uno por cada persona que se le acercaba.» Incluso la cara sencilla, como un niño grande sin problemas: un engaño más, la parte más refinada de su arte.
La crítica que ha recibido Sara Davidson se basa en el hecho de que «Hudson ya no estaba lúcido cuando la invitó a escribir su biografía». Por tanto, seguiría siendo una imagen artificial, cuyos contornos nadie poseía. ¿Pero qué pasa con Idol? Ofrece el retrato que mejor impacta la imaginación colectiva: el de la estrella depravada que construye una ciudadela de silencio con dinero, mientras en gran secreto desgarra su carne en el vicio más disoluto.

Clark está convencido de que Hudson contrajo el virus del SIDA durante el bypass quíntuple que le devolvió a un corazón funcional en 1981, una dosis de sangre infectada o una jeringuilla plagada. Quizá sea solo una explicación lamentable. Entre otras cosas, ambos libros revelan que cuando a Hudson le apetecía, llamaba a la secretaria desde cualquier parte del mundo y le decía que le dejara buscar «una fiesta de verdad» a su regreso: veinte chicos guapos en bañador alrededor de la piscina.
¿Cuál es entonces el veredicto? Nadie. La esfinge sigue siendo una esfinge, y en general quizá sea mejor que prevalezca el «ídolo».
CON INFORMACIÓN DE ANSA
TV&SHOW/ Rondero’s medios


0 comments on “Dos libros para conocer al verdadero Rock Hudson, el galán-símbolo de una generación y del Sida”