Con Letra Grande

Día de duelo nacional en Perú por el deceso de Mario Vargas Llosa; será cremado por decisión propia

LIMA.– El Gobierno de Perú declaró este lunes 14 de abril, “día de duelo nacional” debido a la muerte del célebre escritor MARIO VARGAS LLOSA, quien falleció ayer domingo en la ciudad de Lima a los 89 años.

La decisión del Ejecutivo resaltó que Vargas Llosa «es una figura de reconocimiento universal cuya obra ha contribuido a que la literatura y la cultura peruana sea reconocida a nivel mundial, fortaleciendo la imagen del Perú internacionalmente».

Nacido el 28 de marzo de 1936, el literato se naturalizó español. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 2010 «por su cartografía de las estructuras de poder y por las agudas imágenes de la resistencia, la revuelta y la derrota del individuo». Ha escrito obras maestras como «La ciudad y los perros», «La tía Julia y el garabato», «La casa verde», «Elogio de la madrastra».

«Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del Hermano Justiniano en la Academia de la Salle en Cochabamba». Así, en 2010, comenzó su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en la Academia Sueca. Setenta años después, reconoció serenamente que el momento mágico en el que, descifrando signos y transformándolos en palabras, había roto las fronteras del espacio y el tiempo, «fue lo más importante que me ha sucedido en la vida».

Ocurrió en 1941: el pequeño Mario -nacido en Perú- creció en Bolivia sin padre (le habían dicho que estaba muerto), con la familia de su madre: grandes lectores, apasionados de la poesía. Años tan felices que nunca intentará contárselos. Escribir es una forma de protesta: siempre surge de un trauma, de un conflicto, de una rebelión.

En su caso, contra su padre, quien reapareció en 1946 para llevárselo, traerlo de vuelta al Perú y someterlo a su férrea disciplina. En 1950 lo ingresó en la Academia Militar Leoncio Prado. La tiranía familiar duplicó a la tiranía nacional, porque el Perú estaba entonces sometido a la dictadura del general Odría. La literatura se convirtió para el niño rebelde en el pasaporte a la libertad.

Su precoz matrimonio con su tía Julia, diez años mayor que él, su traslado a España y luego a París, donde descubrió América Latina (y leyó a Borges, Paz, García Márquez, Fuentes, Rulfo, Cabrera Infante, Onetti, Cortázar, Donoso) y su viaje al Amazonas donde, rechazando cualquier tentación de exotismo o idealización de una supuesta armonía con la naturaleza, descubrió el Perú arcaico de los nativos, Excluido de la modernidad y a merced del despotismo y la injusticia, lo convirtieron en escritor.

Su primer amor había sido el teatro (seducido por Muerte de un viajante, de Miller, en el teatro Segura de Lima), y había debutado como periodista y autor de cuentos (Los cachorros. Los líderes, 1959). También fue crítico literario (sus escritos sobre Flaubert y Borges y sobre la novela son valiosos, entre ellos La verdad de la mentira y La literatura es mi venganza, un diálogo con Claudio Magris), ensayista (artículos y entrevistas recogidos en Contra viento y marea, 1982-86, mientras que La llamada de la tribu, 2018, es un reconocimiento entre pensadores liberales, como AronBerlin Popper, que antepusieron al individuo a la tribu, es decir, a la clase, al partido, a la nación) y a la política.

Como estudiante marxista y socialista, un intelectual maduro, como muchos de su generación influenciados por Sartre, acogió con beneplácito la revolución cubana, sólo para repudiarla cuando, habiéndose convertido en un régimen, comenzó a reprimir la disidencia. La invasión rusa de Checoslovaquia en 1968 sancionó la desilusión y el inicio de un doloroso camino de acercamiento con el humanismo secular de Camus y el liberalismo.

En 1987, con el Movimiento Libertad, encabezó las protestas contra el proyecto del presidente García de nacionalizar el sistema bancario: se convirtió en líder del Frente Democrático y se postuló en 1990 para las elecciones presidenciales de Perú. Denigrado como reaccionario y conservador (aunque siempre ha sostenido que en América Latina asolada por dictaduras, terrorismo, nacionalismo, misticismo, racismo, ser liberal significa ser revolucionario), fue derrotado en segunda vuelta por Fujimori, sobre quien se volcaron los votos de la izquierda.

En 1992, con un golpe de Estado, Fujimori abolió el parlamento y la democracia, instaurando otra dictadura: pero Vargas Llosa ya se había trasladado a España, país del que se había hecho ciudadano. Si recuerdo esta experiencia (contada por Vargas Llosa en su autobiografía El pez en el agua, 1993) es porque lo convirtió en el protagonista de una de sus novelas, revelando la esencia misma de la literatura, que nace de los hechos y la experiencia, pero enseña a inventar la vida y a transformarla. La reflexión sobre la naturaleza del poder, sobre la debilidad y la nobleza del ser humano es, además, el núcleo de su obra, hasta el punto de que aparece en la motivación del Premio Nobel, que le fue concedido precisamente por «la cartografía de las estructuras de poder, por su imagen de resistencia, de rebelión y de derrota del individuo».

Pero Vargas Llosa fue ante todo un novelista, llevado por «la pasión, el vicio, la maravilla de la escritura». Desde su primera novela, La ciudad y los perros (1962), inspirada en su experiencia en la academia militar de Lima, hasta la última, Tiempos difíciles (2019), nunca ha dejado de creer en el poder de la novela. Reconoció como maestros a Flaubert, Faulkner, Dickens, Balzac, Conrad, Mann, Orwell, pero desde el fulminante debut que lo impuso por todo el mundo (ha sido traducido a 60 idiomas), ha tratado de renovarlo y reinventarlo, transportándolo al siglo XXI. Combinando lirismo y realismo, multiplicando puntos de vista, distorsionando planos temporales, utilizando el monólogo interior y los diálogos, la historia, la noticia, la sátira y el erotismo, investigó las miserias de su país y del alma de todos.

Perú -el país de «todos los sangres» según José María Arguedas– es el escenario de La casa verde (1966), Conversación en la catedral (1969), Pantaleón y los visitantes (1973), La tía Julia y el garabato (1977), Las aventuras de la chica mala (2006), El héroe discreto (2013), Encrucijada (2019). Pero sus historias exploran toda América Latina, desde el Brasil del siglo XIX en Guerra del fin del mundo (1981), hasta el Santo Domingo de Trujillo en El festival de la cabra (2000), Guatemala en tiempos difíciles (2019), Polinesia en El paraíso está en otra parte (2003) y el Congo belga devastado por el colonialismo en El sueño celta (2010).

Vargas Llosa nunca ha perdido la fe en la capacidad sediciosa de la ficción para crear un mundo alternativo, sin fronteras de lengua, cultura y religión, en el que refugiarse contra la adversidad o la barbarie, para disipar el caos, para eternizar la belleza de un instante. Un mundo sin literatura (o con la literatura reducida al ocio y al pasatiempo) sería un mundo sin deseos e ideales -decía- porque las mentiras de la literatura se convierten en verdad a través de nosotros, y los lectores infectados por la duda cuestionarán la mediocre realidad en la que les toca vivir.

La ficción es una necesidad absoluta para que nuestra civilización siga existiendo, para renovarse y para conservar en nosotros lo mejor de lo humano. Y por esta utopía visionaria, que se ha traducido en personajes ambiguos e inolvidables, y en miles de páginas apasionantes, siniestras, divertidas y feroces, siempre le estaremos agradecidos.

CON INFORMACIÓN DE ANSA

TV&SHOW/ Rondero’s medios

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