CRÓNICAS DEL DESAMOR
Una y otra vez, una trama en apariencia banal se convierte en un arma en manos de Ferrante. Su modo de contar hace daño y alivia a la vez; eso quizá sea porque ahí estamos todos, aunque duela reconocerlo.
FRAGMENTOS:
“No solo era fuerte, flaca, veloz y decidida, sino que me gustaba estar segura de serlo. Pero en aquella circunstancia no sé qué sucedió. Tal vez fue el cansancio, tal vez la emoción de encontrar abierta de par en par aquella puerta que había cerrado cuidadosamente. Tal vez quedé deslumbrada por la casa con las luces encendidas, por la maleta o el bolso de mi madre como una maravillosa evidencia en el umbral. O tal vez fue otra cosa. Fue la repulsión que sentí al percibir que la imagen de aquel hombre anciano detrás de los cristales con arabescos del ascensor por un instante me había parecido de una perturbadora belleza. Así que, en vez de seguirlo, permanecía inmóvil esforzándome por retener los detalles, aun después de que el ascensor hubiera desaparecido por el hueco de la escalera.
Cuando me di cuenta, me sentí sin energías, deprimida por la sensación de haberme humillado frente a aquella parte de mí que vigilaba cualquier posible desfallecimiento de la otra. Fui a la ventana a tiempo para ver al hombre que se alejaba por la calle a la luz de las farolas, erguido, con paso reflexivo, pero no desganado, con la bolsa que sostenía a la derecha con el brazo bien tenso y separado del costado, y cuyo fondo de plástico negro rozaba el adoquinado. Volví a la puerta y quise correr escaleras abajo. Pero me di cuenta de que la vecina, la señora De Riso, había aparecido en la franja vertical de luz cautamente abierta entre la puerta y el marco”.
“Pero lo que recuerdo con mayor fastidio de aquellas vacaciones era el cine al aire libre adonde íbamos a menudo. Mi padre, para protegernos de eventuales inoportunos, hacía sentar a la más joven de mis hermanas en el primer asiento de la fila, el que estaba junto al pasillo central. Luego ordenaba a la otra que se sentara a su lado. Seguía yo, mi madre y finalmente él. Amalia asumía un aire entre divertida y asombrada. Yo, en cambio, interpretaba aquella disposición de los lugares como una señal de peligro y me inquietaba cada vez más. Cuando mi padre se acomodaba en un lugar y pasaba un brazo por los hombros de su mujer, aquel gesto me parecía la última fortificación contra una amenaza oscura que pronto se revelaría.”
“La veía quitarse su viejo traje de chaqueta y tenía la impresión de que el vestido había quedado rígido y desolado, colgado en la arena fría como en aquel momento estaba colgado contra la pared. La veía mientras se esforzaba por caber en aquella ropa interior de lujo, en aquellos vestidos demasiados juveniles, vacilando de ebriedad. La veía incluso cuando, exhausta, no se había cubierto con la bata de raso.
Debía de haber percibido que algo se había desgarrado para siempre: con mi padre, con Caserta, tal vez también conmigo, cuando decidió cambiar de itinerario. Ella misma se había desgarrado: las llamadas que me había hecho, con toda probabilidad en compañía de Caserta, con su alegre desesperación, solo querían señalarme lo confuso de la situación en la que se encontraba, la desorientación que estaba viviendo.”DE LA AUTORA:
Nadie sabe quién es Elena Ferrante, y sus editores procuran mantener un silencio absoluto sobre su identidad. Alguien ha llegado a sospechar que sea un hombre; otros dicen que nació en Nápoles para trasladarse luego a Grecia y finalmente a Turín. La autora publicó El amor molesto en 1992. Once años más tarde apareció Los días del abandono, y en 2006,La hija oscura. Ahora, por primera vez, Lumen ha reunido estos tres espléndidos relatos en un solo volumen, que entendemos como un homenaje a las mujeres y a la buena escritura.

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