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En el centenario de su natalicio, «El hombre de los ojos helados»… Paul Newman

HOLLYWOOD.- En su generación, PAUL LEONARD NEWMAN, el «hombre de ojos helados», fue definido repetidamente como el hombre más guapo del mundo.

Justo un siglo después de su nacimiento, el 26 de enero de 1925 en Shaker Heights, Ohio, NEWMAN daría muchos problemas a las nuevas estrellas. Sin embargo, si había una categoría que le incomodaba era la etiqueta de estrella.

PAUL NEWMAN creció a la sombra del más riguroso star system dictado por los Estudios, pero se sometió a esas leyes sólo durante el tiempo necesario para alcanzar la fama. Luego hizo lo suyo, encarnando su propia versión del rebelde, categoría a la que pertenecían, cada uno a su manera, los grandes rivales de la época dorada de Hollywood: Marlon Brando, James Dean, Steve McQueen. Con el primero dividió el éxito en un eterno conflicto entre bandos opuestos; con el segundo dio sus primeros pasos en las audiciones para Valle del Edén (pero fue rechazado); con el tercero sólo había una pasión en común: los coches de carreras, y en cambio una competencia despiadada por parte de McQueen, que incluso hizo alargar sus líneas en El infierno de cristal sólo para estar a la par de Newman.

PAUL NEWMAN habría sido un tema favorito del Dr. Freud, pero podría decir que la vida permite superar muchos de los traumas. Su padre era judío, mitad húngaro y mitad alemán, y su madre una inmigrante de Eslovaquia. Paul sentía veneración por su padre que regentaba una tienda de artículos deportivos, pero nunca se consideró digno de él; su madre, una predicadora de la Ciencia Cristiana, lo educó severamente en el catolicismo pero aún así le permitió subir al escenario a una edad muy temprana. A los siete años ya actuaba en la escuela en Robin Hood y permaneció en la compañía de aficionados hasta que pasó a la universidad.

Mientras tanto, estalló la guerra y el joven decidió alistarse en la aviación naval, para demostrarle algo a su padre. Después de algunos problemas con los exámenes médicos (era daltónico) obtuvo el destino en la base de Hawaii y estaba volando en un torpedero cuando en el horizonte vio el hongo de la primera bomba atómica elevándose hacia el cielo. No le gustaba hablar de ello y, tan pronto como le dieron el alta, se matriculó en una escuela de arte dramático en Ohio y luego se mudó a Nueva York bajo la dirección de Lee Strasberg en el Actors Studio.

Se mudó a Nueva York con su primera esposa en 1951 y llamó a las puertas de Broadway y la televisión en lugar de ir a Hollywood como le aconsejaban sus amigos. “Demasiado cerca del pastel –dijo una vez– y luego nunca hay tiempo para estudiar allí”.

Tenía una obsesión con su profesión y Strasberg le había inculcado el «método» como una religión de la que fue un seguidor inquebrantable hasta alcanzar la madurez.

En el 53 debutó en Broadway con Picnic (luego también llevada al cine) y entre bastidores conoció a Joan Woodward, con quien cinco años más tarde se casaría, convirtiéndose en su compañera de toda la vida además de su admirada compañera en el cine como actor y luego también director. Mientras tanto NEWMAN se entrenaba en los ritmos del televisor, metió las narices en Hollywood en el 54 con un pequeño papel (muy criticado y del que se avergonzó públicamente) en El cáliz de plata, conoció a James Dean que moriría un año después.

Las vueltas de la vida llevaron a NEWMAN a sustituirlo en el papel del boxeador en The Battler (para TV en 1955), y luego en el del luchador Rocky Graziano en Somebody Up There Loves Me (Robert Wise, 1956) en el mismo año en el que también llevó al cine Picnic dirigida por Joshua Logan. El éxito fue abrumador como lo fue todo el final de la década con películas que permanecieron en el imaginario popular desde The Long Hot Summer (Martin Ritt) hasta Wild Fury de Arthur Penn (otro papel escrito para James Dean), desde Desde La gata sobre el tejado (Richard Brooks) hasta Filadelfia (Vincent Sherman).

Todos sus papeles son introvertidos, neuróticos, rebeldes y desesperados en competencia con Marlon Brando, aunque con Misiles en el patio trasero de Leo McCarey quiere demostrar al público que él también sabe manejar la comedia.

En 1960, con Éxodo de Otto Preminger sobre el nacimiento del Estado de Israel, aspiraba al Oscar, pero a pesar del éxito mundial fracasó estrepitosamente. La relación de Newman con las estatuillas de los Oscar siempre fueron conflictivas: aparte de dos premios a la trayectoria, uno de ellos por méritos humanitarios, sólo la ganará una vez después de nueve nominaciones. Pero la noche que lo ganó, en 1987 con El color del dinero, Newman no estuvo ahí para tener buena suerte.

En 1961, por el contrario, con El estafador de Robert Rossen, se convirtió definitivamente en la estrella inmortal capaz de transportar a la generación rebelde de los años 50 a un nuevo tiempo que, en la mesa de billar, resume una metáfora de la vida.

A lo largo de la década exploró todo tipo de papeles, como en un tenaz desafío a sí mismo, logrando al menos un par de obras maestras: The Sweet Wing of Youth y Hud the Savage en su campo de juego favorito (el drama psicológico). o emparejado con el director que mejor destacó su talento y se le parecía en su intolerancia a las convenciones: Martin Ritt. Hitchcock también lo dirige pero no saltan chispas entre los dos porque al maestro de las emociones fuertes no le gustan las sutilezas del Actors Studio.

Entonces la vida de NEWMAN experimentó tres puntos de inflexión decisivos: dirigió por primera vez con Joan Woodward como protagonista (Rachel Rachel, 1968) seguida en el 1972 de su dirección más personal y aplaudida Los efectos de los rayos gamma en las flores de Matilda; en 1969 conoció a Robert Redford (tras el rechazo de Steve McQueen) en el rodaje de Butch Cassidy de George Roy Hill y aquí nació una pareja de ensueño, confirmada por el triunfo de The Sting en 1973; finalmente descubrió el mundo del automovilismo protagonizando Indianapolis Pista Infernale (1969).

“De niño fui un jugador de futbol mediocre –dirá–, un pésimo boxeador y un esquiador de basura; de adulto me dije a mí mismo que con un volante en la mano podría hacerlo un poco mejor». Se convertirá en un verdadero corredor entre Le Mans, Indianápolis y Daytona, fundará un equipo, correrá hasta los 80 años. Incluso en los años 80 cosechó éxitos como El derecho de la noticia, El veredicto, El color del dinero, demostrando ser una leyenda viva hasta su paso de despedida – memorable – con Él era mi padre de Sam Mendes (2002).

Debido a la coherencia entre el trabajo y la vida (el matrimonio impecable, el compromiso social y humanitario, las claras convicciones democráticas en la política) sigue siendo un icono de su tiempo que esconde la fragilidad interior y el dolor secreto como cuando pierde a su hijo Scott, quien murió de sobredosis en 1978 y se sintió culpable. Pero cuando mira directamente a la pantalla con sus ojos muy azules y la ironía siempre cambiante que en un instante se transforma en dolor, ira, miedo, deseo de felicidad, todos sentimos que estamos frente a un gigante. 

CON INFORMACIÓN DE ANSA

TV&SHOW/ Rondero’s medios

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