Con Letra Grande

«Sonny Boy», 300 páginas de encuentros y pesares en la autobiografía de Al Pacino

NUEVA YORK.– «En el escenario siempre me he sentido como en casa. Sentí que era el mundo al que pertenecía. Por supuesto, también me gustaba estar en el estadio, pero jugar al beisbol no me iba tan bien como hacer esta cosa llamada teatro. Me divertí. Me sentí libre, feliz».

SONNY BOY, la autobiografía del actor y director Al Pacino, que cumplirá 85 años el próximo mes de abril, sale a la venta este día bajo el sello de La nave di Teseo.

Trescientas páginas de anécdotas, recuerdos, consideraciones, encuentros: desde la difícil infancia sin su padre (que solo tenía 18 años cuando nació) hasta la relación con sus abuelos, los problemas de salud mental de su madre (que intentó suicidarse cuando él tenía 6 años), la vida de barrio, un chico de los cincuenta en el Bronx. Y luego el descubrimiento del teatro, la pasión por el beisbol, el debut en el escenario, a los quince años el primer espectáculo teatral real como espectador: fue La gaviota de Antón Chéjov, una revelación.

PACINO poseía un talento natural reconocido por propios y extraños desde las primeras actuaciones escolares. Dice en el libro: «Supongo que me salí con la mía, tanto que un tipo me dijo una vez: ‘¡Eh, chico! ¡Si sigues así, serás el nuevo Marlon Brando!». Lo miré y le pregunté: ‘¿Y quién es Marlon Brando?’

Cuando su madre, tras una decepción amorosa, cae en depresión, PACINO abandona la escuela de teatro, la famosa Performing Arts de Nueva York, a los diecisiete años comienza a hacer mil trabajos: pony express, recados para el Comité Judío Americano, limpieza en el Herbert Berghof Studio en las aulas donde se enseñaba danza, movilista, camarero, pero lo despiden porque lo pillaron comiendo las sobras de las mesas («por decir qué hambre tenía»). Mientras tanto hacía audiciones teatrales, llegaba con el texto pero luego terminaba recitando a Shakespeare (Hamlet o Macbeth)… «me miraron con una mirada por la que entendí que ya había perdido toda oportunidad». La amistad con Martin Sheen, compañero de clase: «Marty vino a quedarse conmigo, para que pudiéramos dividir el alquiler. Juntos trabajamos en el Living Theater de Greenwich Village, donde limpiamos los baños y pusimos las alfombras para las funciones. Después de ver uno de los espectáculos de Judith Malina y Julian Beck, al menos te ibas a casa, te encerrabas en tu habitación y te quedabas dos días llorando y mirando al techo. Ese fue el impacto».

La historia de su primera audición para cine con Elia Kazan, fue que llegó tarde y tomaron a otro actor. «Lo primero que pensé en ese momento fue en mi madre […] La sacaría de su depresión y necesidad y le daría todo lo que quería. No porque yo me hubiera hecho rico, o porque ella hubiera hecho quién sabe qué con ese dinero, sino porque habría redescubierto el gusto por la vida».

En cambio, su madre muere a causa de los barbitúricos («como Tennesse Williams, como muchos otros»). Ella fue la que lo llevó muy pequeño, a los dos y tres años, al cine y luego a Broadway como la vez que vieron La gata sobre el tejado de zinc.

Durante un tiempo trabajó como enmascarado en el Teatro Rivoli de Times Square y luego empezó a repartir ejemplares de Show Business, una revista semanal del mundo del espectáculo que publicaba lo que se montaba y donde se realizaban las audiciones. Ese año también murió su abuelo, al que estaba muy unido, y mientras entregaba la revista se desmayó en la calle («supongo que fue por estar desnutrido, pero también por el dolor de esta nueva pérdida»). Ambos abuelos eran de origen italiano: Alfred Pacino, de quien tomó su nombre, había llegado de Italia a principios del siglo XX, el otro, el padre de su madre, procedía de Corleone (que el actor descubrió solo después de ser elegido para El Padrino) y había emigrado a Estados Unidos a los cuatro años, era pintor, había trabajado toda su vida. «Era un alma hermosa y yo lo quería mucho. Si sigo aquí es gracias a él, y nunca lo olvidaré».

Siguió actuando en el Village, hizo espectáculos infantiles en el Theater East, actuó en un pequeño club del Soho, en la Galería de Actores, y finalmente llegó el punto de inflexión: el guion de El indio quiere el Bronx, una obra de teatro en un acto de Israel Horowitz. Con algunos descansos estuvo un año hasta que llegó a Broadway, con él en el escenario estaba John Cazale. Sin embargo, el productor neoyorquino le impuso una audición a pesar de haber interpretado al personaje en todos los teatros de provincia, al final ganó.

Corría el año 1968, ese verano llevaron el espectáculo durante dos semanas al festival de Spoleto. «The Indian Wants the Bronx fue la culminación de un viaje que comenzó cuando mi madre comenzó a llevarme al cine cuando era niña. Y después de eso nada volvió a ser igual».

Faye Dunaway fue a verlo al teatro y lo recomendó a su mánager que representaba a Judy Garland y Barbra Streisand, fue a Los Ángeles a audicionar con Franco Zeffirelli para Romeo y Julieta, «parecía más joven pero todavía tenía 27 años».

El siguiente espectáculo ¿Los tigres llevan corbata?, le valió los premios Tony, Francis Ford Coppola lo vio en el teatro, el encuentro que cambió su vida. El debut cinematográfico de Pacino había llegado con Pánico en Needle Park en 1971 y cuatro años después, en 1975, ya había protagonizado otras cuatro películas –El Padrino, El Padrino –Parte II, Serpico y Aquella tarde de perros– que se establecieron no solo como éxitos de taquilla sino como hitos en la historia del cine.

«Una tarde recibí una llamada telefónica. Al otro lado de la línea escuché una voz que casi había olvidado: la de Francis Coppola –escribe Al Pacino–. Primero me dijo que sería él quien dirigiría El Padrino. Pensé que estaba delirando. ¿Cómo fue posible que le dieran la novela de Mario Puzo? Fue un gran éxito, yo también lo había leído y sabía que no era para que todo el mundo se involucrara en un proyecto así. Y si eres un actor joven, ni siquiera sueñas con cosas así. El solo hecho de tener un papel en una película te parece un milagro». El resto es historia del cine. 

SONNY BOY es un libro lleno de historias (el almuerzo a regañadientes que tuvo con Marlon Brando), anécdotas (el encuentro con Frank Serpico), consideraciones (como lo inadecuado que se sintió en el set de Coppola), historias de más de cincuenta años de carrera cinematográfica. Como aquella vez que encontró a «un joven director novel, que mantenía un perfil bajo un poco como yo, pero del que todo el mundo hablaba para una especie de cine de autor que yo aún no había visto y que se llamaba Mean streets«.

Las páginas más bellas, más emocionantes, sin embargo, son las de su infancia y adolescencia en el sur del Bronx, cuando todavía era Sonny Boy, como lo llamaba su madre, rodeado de niños de la calle. Chicos que llevaban apodos como Bruce, Petey, Cliff, muchos terminaron en instituciones o se convirtieron en drogadictos. Al Pacino podría haber sido uno de ellos y en su lugar se encontró con el teatro. La historia del cine ha tenido su estrella y qué bonito sería que la historia de aquella infancia en el Bronx algún día se convirtiera en cine. Una película del director Al Pacino.

CON INFORMACIÓN DE ANSA

TV&SHOW/ Rondero’s medios

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