Primero se es cocinero y luego chef y, aunque “son muchos nervios”, como lo dice frente a la cámara la pequeña Alana, de 13 años, originaria de Guadalajara, Jalisco, una nueva generación que aprende a quitarse los miedos, la inseguridad, los pretextos y saber trabajar en equipo, compite para ser la o el primer MASTERCHEF JUNIOR MÉXICO, el programa dominical de la telera nuestra de Azteca 13, que llegó para quedarse.
Y se queda en el gusto del respetable por la telera nuestra de cada día, porque es una producción cuidada a detalle, en la que jueces (los chefs y la conductora con temple de moderadora Anette Michel), viven a flor de piel lo que sólo los niños pueden lograr: naturalidad, emociones, fantasías y una reciclada energía para competir, esa palabra que en su vida mucho escucharán.
MASTERCHEF JUNIOR MÉXICO no es el típico reality, ése que requiere de ayuda, de manoseos para despertar el encono, los sentimentalismos baratos ni los estereotipos de los buenos, los malos y los que siguen. Porque lo importante no es quién ganará sino el cambio de mentalidad que a todas y todos les permitirá generar cambios y actitudes cuando sean adultos y unos profesionales, sea en la gastronomía o a la profesión a la que se dediquen.
Los pequeños cocineros –ahora sólo quedan cinco finalistas, tres niñas y dos niños- tienen en las pruebas de campo sus mayores retos.
María Gutiérrez, chihuahuense de 11 años, vivió en un solo programa emociones únicas: conoció por vez primera el mar en Cancún, en Xcaret, y después fue eliminada, no sin dejar su esencia de “cocina rústica” a los jueces, los chefs Betty Vázquez, Benito Molina y Adrián Herrera, quienes todos los domingos se encuentran al filo de la navaja para no rebasar la delgada línea de maltrato y severidad hacia los pequeños cocineros.

María representa ese otro México, el marginado, el carente de oportunidades pero que encierra los secretos y la cultura más valiosa de este gran país, de ahí que su salida sí impactará en quienes, de una u otra forma, esperaba verla ganar, tal y como ocurrió con la monja Flor.
Y justo como de niños se trata, la presencia de la monja Flor –segundo lugar en MASTERCHEF MÉXICO-, es vital, no sólo para la convivencia de los pequeños sino también para el consuelo en momentos difíciles como las eliminaciones.
Lejos de la beca valorada en un millón de pesos para la o el ganador, nos quedamos con la imagen y la actitud de estos pequeños grandes cocineros que rompen viejos prejuicios y tabúes, que se atreven a conocer, degustar y preparar los platillos y sabores de la gastronomía nacional e internacional, desde los tamales caseros, hasta el bogavante y el ceviche con callo de hacha, de lo que la misma María exclamó antes de su partida: “Nunca había estado entre tantos ingredientes”.
En la gran final van por la cocción perfecta Alana, Alonso, Yoel, Efanyz y Melanie.

Ver para creer. Telévoros: ¡Uníos!
Por Roberto Rondero/ Rondero’s Medios


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