En su imponente papel de soberana Isabel I de Inglaterra desplegó una acción política sin precedentes en la Europa del siglo XVI y es que la reina protestante se enfrentó lo mismo a católicos que calvinistas en su país y en buena parte de los estados vecinos.
Conocida como la Reina Virgen por su negativa a contraer matrimonio en Isabel I (Ediciones B, 828 páginas) su autora Margaret George desmenuza la vida de quien ha pasado a la historia como una gobernante implacable.
Margaret George (María, reina de Escocia, María Magdalena y Memorias de Cleopatra), en este relato a dos voces, desmonta el mito de Isabel I como mujer fría y desapasionada al descubrirnos el perfil más íntimo y, hasta cierto punto, desconocido de quien sería la última Tudor.
Isabel I se midió con María Estuardo y Felipe II, a quienes se impuso con inteligencia y valentía, al tiempo que desbarataba un complot contra su persona y armaba un gran ejército.
En su lecho de muerte repasa las gestas por las que fue temida y reverenciada, pero entre sus recuerdos también lugar para sus seres queridos, como su fiel servidor Walsingham o su amante Robert Dudley, caído en la batalla contra la Armada Invencible.
“Ser rey y llevar corona es algo más glorioso para quienes lo contemplan que placentero para los que ostentan el cargo”, declaró Isabel I en su discurso al Parlamento en 1601.
…”Normalmente me atendían unas veinte mujeres de distintas edades y condiciones. Algunas estaban mucho más cerca de mi persona que otras. Las grandes damas eran las más ceremoniales: procedían de familias nobles y su función era más ornamental que práctica. No asistían a la corte regularmente, pero se requería su presencia para las ocasiones formales cuando nos visitaban dignatarios extranjeros. Pero yo no pensaba dar la bienvenida a los españoles con una recepción de estado, y ninguna de las damas estaba de servicio ese día.
“Una diez mujeres servían ahora como damas de la cámara privada, y de ésas sólo cuatro que ya tenían antigüedad me servían personalmente en mi dormitorio. Ser una doncella de cámara era el mayor honor al que mis asistentes podían aspirar. Tres de esas cuatro, mi Cuervo, mi Gato y mi Blanche, las conservaría conmigo. A la cuarte, Helena van Snakenborg de Suecia, la mandaría a su casa con su esposo”…
Por Roberto Rondero/ Rondero’s Medios



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