Seis letras engloban una palabra temible, tan cercana a nuestra realidad que ensombrece el día con día de millones de seres humanos y que ha eliminado de tajo aquello de “algún día”, “en un futuro muy cercano”. Nada de eso, la realidad está aquí y ahora.
En “Hambre” (Ediciones B, 325 páginas), el escritor, periodista y corresponsal de guerra español, originario de Tenerife, Alberto Vázquez-Figueroa, quien transcurrió su infancia y adolescencia en África, ya que su familia se exilió allí por motivos políticos, escribe esta novela (es autor de más de 60 títulos, entre ellos “Coltan”, “Saúd, el Leopardo”, “Kalashnikov”, “Centauros”, “Vivos y muertos” o «El mar de Jade”), es sabedor del grave problema que afecta a 800 millones de personas en numerosos países.
“LA ÚNICA QUE DEBERÍA HABER PUBLICADO”
“No sé si ésta será mi mejor o mi peor novela, pero es la única que debería haber publicado, porque gran parte de mi vida la dediqué a escribir sobre el tráfico de esclavos, la explotación infantil o el hambre que mata a millones de niños africanos, pero nunca comprendí que muchas de esas muertes podrían haberse evitado”, se sincera el autor de “Hambre”.
“En regiones arrasadas por devastadoras sequías –agrega Vázquez-Figueroa- aterrizan aviones cargados de arroz, maíz, harina o lentejas, alimentos cuyos destinatarios jamás podrán consumir si carecen de agua. Lo que se consigue no es hacer disminuir el problema sino multiplicarlo, pero cuando yo estaba en África no me daba cuenta”.
El autor comenzó a escribir en su juventud, en el Sahara, y desde entonces no ha dejado de hacerlo…”Cuando llegué al desierto tenía 12 años, y me avergüenza haber tardado 65 en comprender que resulta posible alimentar a esos millones de hambrientos con mucho menos esfuerzo y un poco más de sentido común. No es cuestión de hacer milagros, sino de utilizar unos medios que la naturaleza ha puesto a nuestro alcance y que están deseando ser aprovechados”.
…”Sus lágrimas tenían el mismo sabor que aquella “agua inútil”, que no servía para hacer crecer el maíz sino para agostar los campos y matar de sed a los animales, ya que según los ancianos no era el agua de los dioses sino de los demonios que la utilizaban para que actuara como una extensa barrera entre los hombres, fueran de la raza o el color que fuesen.
“Según otra vieja leyenda, en un principio los dioses habían creado los mares de agua dulce con el fin de que las tierras que los circundaban se transformaran en auténticos paraísos, pero posteriormente los demonios los llenaron de sal con el fin de convertirlos en infiernos.
Samar tan solo dejó de llorar en el momento en que distinguió una barca desde la que tres pescados lanzaban redes. Agitó los brazos llamando su atención y cuando acudieron les ofreció la mitad de cuanto había ganado trabajando en los campos petrolíferos si le trasladaban a la otra orilla.
La respuesta del patrón de la nave dejó de manifiesto el sentir de sus compañero de faena.
-Este debe ser el negro más loco de los miles de negros locos que cada años se arriesgan a cruzar el mar. ¿A dónde vas?
-A luchar contra el hambre.
-En aquel cesto encontrarás pan y queso.
-No es contra mi hambre contra la que lucho; sino contra la de muchos…
Por Roberto Rondero / Rondero’s Medios
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